El encargo
I
Muy buenas tardes,
cómo están ustedes, es un gusto para mí estar hoy aquí hoy, en estas Baterías D
de la Universidad Nacional de Córdoba. Mi nombre es Luis D´acord, tengo 70 años
y soy editor. Un editor es una persona que publica cosas que hacen las otras
personas, por lo general obras y en mi caso personal, libros.
Lo que yo hago no
es tarea fácil, nunca lo fue, no sé si es lindo o feo, ni siquiera me lo
pregunto, pero no me quejo. La editorial que he creado, que nació tímidamente
hace una pila de años, hoy trabaja con escritores de todo tipo. En este caso, y
para que ustedes se ubiquen rápidamente, yo estoy acá por pedido de un autor:
Reyes. Alfonso Reyes, el mismo que ustedes conocen.
Ustedes a mí no me
conocen, yo a ustedes no los conozco así que, qué más da. El que es conocido
por ustedes, es Reyes, porque ha pertenecido al “campo psi”. Hoy tal vez ya no,
pero doy fe de que ha pertenecido a ese ámbito. En lo que a mi respecta,
solamente quiero decir que yo he dedicado buena parte de mi vida a publicar sus
obras y por eso conozco a Reyes. Y lo conozco solo un poco. Quiero decir, lo
conozco en tanto que soy “editor”, o sea, como el tipo que fabrica y vende -o
intenta vender- lo que Reyes escribe, por eso digo que no sé sí lo conozco
tanto.
En su obra, Reyes
no ha hablado mucho de sí mismo, lo cual aquí nos juega en contra, porque casi
no podemos rastrear su persona dentro de sus textos. No sé si ustedes saben,
pero casi toda literatura termina en la persona detrás del autor. Eso aquí es
más enigmático. Se dicen muchas cosas de Reyes: que no vive en el país, que
está en una ciudad nórdica, mil cosas. Dicen que está muy deprimido, que no
habla con casi nadie, etc.
Yo me comunico con
él solo a través de cartas, quiero decir, cartas manuscritas, que me pide que
le responda de la misma manera, por correo postal, desde hace ya varios años.
No fue siempre así, por cierto, antes trabajabamos juntos, aquí en esta ciudad.
Pero esta forma de ahora, en términos de comunicación, tal vez ustedes piensen
que sea algo lenta o engorrosa. Bueno, nada que ver y en todo caso depende de
lo que se diga o no se diga.
Entonces, ¿Para qué
estoy aquí? Para decir algo sobre Reyes. ¿Por qué? En principio, porque Reyes
me lo ha pedido.
Y bueno, también
estoy aquí porque tengo acá un manuscrito que va dirigido a ustedes, a los
profesionales del “campo psi”, y que me ha enviado Reyes, por correo postal a
mi casa, según su estilo. En este caso, yo voy a tratar de ser una especie de
interlocutor -si es que puede existir una cosa así- entre Reyes y ustedes para
ver qué quiere decirnos a través de este manuscrito.
Quiero decirles
también que recibí, de parte de él también en el mismo paquete y como nota
anexa al manuscrito, una carta, también manuscrita, en cuyo interior tenía un pedido
especial.
Me voy a tomar la libertad de compartir con ustedes un pequeño fragmento de esta carta que de alguna manera hace de introducción al manuscrito en cuestión. Les anticipo que Reyes me pidió explícitamente que no les hablara de esta carta, pero bueno, una vez más desobedeceré, porque creo que es el único motivo por el cual Reyes me aprecia o me respeta: mi irreverencia. En fin, omitiré las partes más personales.
Bueno, les leo.
“Bueno loco, querido, quiero pedirte algo.
¡Hacé algo con esto que te envío, por favor! Es un texto de mierda. con unas
notas del orto, medio inentendibles, que tomó algún trastornado en un curso que
dí una vez en la facultad, ya ni me acuerdo cuando. Me invitaron una vez (lo
cual fue un error) a qué presentara algo por trabajo en las cárceles. Y, otro
error, yo fui. No debí haber ido. Ahora me invitan de nuevo y obviamente, si es
que soy un ser que puede aprender algo de la experiencia, no voy a ir. No
cometeré el mismo error. Pero sí quiero que ellos sepan algunas cosas. Espero
que puedas interpretarme. Necesito que vayas vos, y hables por mí a partir de
este manuscrito que te envío, este cuaderno lleno de notas. Yo me siento... no
te lo podría explicar, pero particularmente alejado de toda esa panoplia. No
insistas, te anticipo, ni en pedo voy a ir yo. Yo no voy a nada, no tengo ganas
de ir ahí. Bueno, ahí está el tema, vos sabrás”.
Escuchen
esta parte, por favor:
“Post data -dice- dos puntos, por favor no menciones esta carta ante esa gente, no lo van
a entender. No entendieron una mierda la vez que fuí, y menos van a entender el
sentido de esta carta. Además no corresponde, es algo privado, no tienen porqué
saber el cariño que siento por vos. Un abrazo. Punto, -y cierra con este
paréntesis- (ok, ya sé que vas a leer
esta carta. Andá a la mierda)”.
Y
bueno, acá estoy.
Ya ven, no lo hago por la plata. Yo nunca gané dinero con los libros de Reyes. Y Reyes tampoco nunca ganó dinero con sus propios libros, es un hecho, aunque haya escrito algunas páginas memorables. Yo edito los libros de Reyes no por lo que escribe. Es porque lo quiero, punto, lo que no quiere decir que me lleve bien.
Bueno, todo eso al margen. Ahora entiendo vuestro silencio también.
De modo que estoy
aquí para hablar en lugar de él, en este bonito auditorio, como él lo hiciera
tantos años atrás. Y lo importante, lo verdaderamente tajante aquí no es lo que
yo pueda decir, sino lo que Reyes pueda decir a través mío. Es una suerte de
encargo que tiene el sello de su estilo. Reyes pasó más de 20 años trabajando en
las cárceles es por eso que a ustedes esto tal vez los pueda implicar o no, no
sé.
Son preguntas,
quién sabe. ¿Por qué Reyes elige comunicarse con ustedes a través mío, o sea, a
través de su triste editor con quien -de pasonunca tuvo la mejor relación? Son
contadas las veces en las que en nuestra relación hubo una mínima armonía. Y en
todo caso, eso no duró más de una hora, o tal vez menos, para retornar luego a
una tirantez constante.
Perdón que me tome
aquí ciertas licencias, pero me parecen necesarias. Primero que nada quisiera
preguntar: ¿cómo definir a Reyes? ¿Un psicoanalista? Si, pero no. No tiene ese
warm. No lo diría así. Sería raro que se asumiera como tal, sin agregar un
adjetivo. Por ejemplo, él decía en aquellos años que era “un psicoanalista que
no había ido a la escuela”, o sea, que era analfabeto o sea, “un cachivache”
-remataba. O “cachimbo”. “Soy un psicoanalista cachimbo”. Siempre se nombraba a
sí mismo como “cachivache”. Pero yo me imaginaba un cacharro, es decir, una
especie de vasija que usaba no sé qué civilización, no sé por qué me imaginaba
eso, como si fuera un utensilio inservible, eso me daba a entender a mi cuando
él se expresaba de esa forma. “Si soy un cachimbo, qué querés que te diga,
Luis”, me solía decir. Me suele decir. Luego, un día, me explicó que en la
cárcel esa palabra tenía otro significado. A veces se nombraba en aquellos
primeros años también como “un psicoanalista en situación de calle”. No tanto
para hablar del dinero o de la casa sino para hablar en oposición a la
Universidad y acaso también a la propiedad privada, pero ese era otro tema. Él
sostenía que lo que se oponía a la universidad era “la calle”. De hecho, me lo
decía a mí, para que yo me moviera para vender sus libros, “en la calle”. Y
así. Eso hoy puede ser gracioso, pero en su momento fueron trascendentes y
dolorosas frustraciones.
En cuanto a la
cárcel, bueno, me parece que Reyes es un tipo llevó adelante una experiencia
muy valiosa en un principio, pero que luego se volvió enloquecedora, quiero
decir, ruinosa para él mismo pues el paso del tiempo erosiona cualquier cosa,
para decirlo de alguna manera. En particular, yo creo que le limaron los sesos,
literal. Paralelamente, su trabajo literario, ¡por Dios! se volvía cada vez más
bueno. Y ustedes dirán, y en donde está la ruina entonces, y bueno, ahí está el
tema.
Creo que lo que él
vivió como trabajador de ese espacio tan nocivo fue muy valioso desde el punto
de vista literario. Y tal vez sea el motivo, si ustedes quieren, de mi
presencia aquí. Él supo capturar que había música en ciertas frases, pues ¿¡qué
es la literatura sino!? Quiero decir que desde el punto de vista de la tragedia
humana se trata de una experiencia sinigual volcada, por así decir, en obras de
ficción.
Él decía que de la
cárcel no se podía decir nada, ni bueno ni malo, sencillamente porque era otro
mundo, o mejor dicho, un inframundo. Como ven, yo también soy un poco su
crítico y su fan, además de su editor. Nuestra relación fue siempre
polivalente, caótica, inestable, etc. Su primera novela fue formidable, aún la
recuerdo. Maravillosa. Luego de ella, edité todas sus obras. Terminábamos
siempre a los gritos, a las puteadas y luego de eso, sabíamos que era el
momento de publicarlas. En una entrevista que le hice, me dijo que la
experiencia de la cárcel lo había dejado literalmente “hecho percha, por dentro y por fuera”. Era muy común escucharlo
putear. Así, a mansalva. Puteaba a lo loco ante cualquiera pero no a
cualquiera, porque si bien era un tipo lleno de bronca, tenía -y tiene- un gran
sentido de la ubicuidad.
Como dice Reyes en
la carta que me envía, el manuscrito es la transcripción de un discurso suyo,
en la facultad, en el mismo auditorio donde estoy yo ahora hablándole a
ustedes. El texto de la conferencia trasciende el tema de la cárcel y avanza
contra toda ontología sustancialista. Se trata de un texto humanista, que
supone que “la cosa existe porque uno la puede pensar”, y no al revés. La
conferencia se llamó “El Gélido hombre sin futuro”. ¿No les parece raro?
Sucedió aquí mismo, en las Baterías D, de esta hermosa Ciudad Universitaria,
hace una pila de años atrás.
Ah, me olvidaba. El “trastornado” que tomó las notas de esa conferencia y que luego le dio a Reyes ese manuscrito, fui yo, el mismo que al poco tiempo se transformó en su editor y que hoy aquí les habla. Por eso puedo contar algunos de los pormenores de la conferencia, porque yo estuve aquí sentado, más o menos allí, por allí.
II
Reyes llegó en un
Citroen 3cv, de color gris perla -no había muchos de ese color en esa época.
Debe haber tenido 20 años de uso. Lo vi bajar del auto a través del vidrio fijo
de una ventana, desde lo alto donde yo estaba sentado, esperándolo como todo el
mundo. Le metió un portazo con la misma mano en la que tenía la llave y el
bolso que colgaba de su hombro se estampó contra la puerta del Citroen.
El auditorio estaba
lleno, no cabía un alfiler. Reyes era una especie de fenómeno contracultural en
la universidad.
Al entrar, lo hizo
como a lo grande: rectilíneo, esbelto, como un rayo caminando hasta llegar a la
parte del escenario. Vestía un sobretodo negro de cuero que le llegaba hasta
los tobillos, borceguíes y polera negra de algodón.
Dejó su abrigo
sobre la mesa y se sentó unos segundos. Luego comenzó a hablar. Acá sigo un
poco lo del manuscrito, permítanme un momento que me fije, voy a tratar de ir
intercalando lo que dijo Reyes con mis impresiones y comentarios con una
intención más aclaratoria, si hiciera falta, que interpretativa.
“Me presento -dijo Reyes con voz fuerte y
clara- para los que no me conocen, yo soy
Gélido, el hombre sin futuro, también me dicen Gélido, a secas o también Hombre
sin futuro”. Todos sabían que era Reyes y había miradas de complicidad en
el público, sonrisas, gestos de grandilocuencia dirigidos a él. Ese es mi
nombre. Todos esos son mi nombre. “Qué
tal… cómo les va a todos, lo que acabo de decir no es mi sobrenombre, ni mi
seudónimo, es mi nombre en tanto el nombre debería ser lo que nombra a alguien,
¿lo es? Pues en este caso si. Algunos llevan un nombre que no son... no sé, por
ejemplo... Salvador, y no han salvado a nadie. ¡Es la idea! Pero esto no se
trata de una trampa del lenguaje, más bien todo lo contrario: soy el Gélido
hombre sin futuro. Les pido disculpas, estuve un poco retrasado, pero bueno,
acá estoy para hablar frente a ustedes. No muerdo, no hago daño”.
Es decir, inició
como una performance. “Gélido” —le llamaré así yo también- comenzó a caminar
delante del público, lentamente.
Leo
el manuscrito: “...ahora, bien —hizo
una pausa- …en primer lugar ¿qué quiere
decir “soy el Gélido hombre sin futuro”? —metió otra pausa- …lo diré sin rodeos: soy un hombre que
está acabado, frizado, un muerto viviente, un zombi, un cadáver insepulto, un
tipo que anda por la inercia de los años pasados, por lo que fue, que fue más bien
poco, por lo que vivió, por lo que pasó, por lo que hizo, etc. Es decir, soy un
hombre que prácticamente ya no está, salvo para el aquí y ahora, en este caso,
para ustedes, en este momento que es el presente o para el pasado. Soy... una
burbuja de detergente. ¿Donde? ¡Ahí! …paff. No está más. Soy, sin futuro.
¿Puede ser? Pura fisura, puro hueco”.
Quiero decir que,
en ese momento, aún lo recuerdo, yo me sentí un poco perplejo. Todos comenzaron
a escribir, a tomar nota. “¿Está? -dijo
Gélido abriendo grandes sus ojos verdes- sí,
claro que está, estoy seguro que lo tienen” -se respondió a sí mismo.
Pero, ¿a qué se estaba refiriendo? “¡Acabado! -vociferó ayudándose ahora con el movimiento de sus manos… soy un ente rayado viviendo en un eterno presente, congelado, como quien diría, en el presente. Un presente petrificado. Soy un hombre, pero fósil, un hueso, un hueso fosilizado, una estatua, pero no de sal, sino de hielo: un hombre congelado, creo que es claro decirlo así”. Algunos se rieron, pero yo me daba cuenta que estaba diciendo algo serio. Al principio me pareció risible, pero tal vez muchos no entendieron.
Continuó.
“En segundo lugar —enumeró- desde ´ahí´ yo hablo”. Hizo otra pausa
que se sintió eterna, un silencio no insoportable, sobre todo porque algo
comenzaba a ponerse serio y la mayoría no entendía nada. Tal vez como ahora
pasa con ustedes ahora. Lo qué sí es cierto es que eso que dijo, sonó
consistente, y que si bien precisaba una explicación, Reyes lo dejó ahí.
Y luego prosiguió con su discurso, siguiendo
una estructura frondosa y enroscada. Escuchen esto que dice después… leo el
manuscrito: “antes, yo pensaba qué lo
doloroso podía ser encarnar un hombre terminado, acabado... congelado, como yo.
Ser un hombre como yo. Quiero decir, a eso apunta el término, por si no se han
dado cuenta, “gélido”, es “congelado” es el que no avanza, no puede avanzar,
hasta que no se lo descongele, hasta que no lo descongele alguien o hasta que
por interés del destino, pues se descongele por sí mismo. Pensaba que era
degradante ¡qué horrible palabra! Pero qué estupidez a la vez, porque en
realidad el tiempo -y los golpes- me enseñaron que un tipo congelado... pues
otorga ciertas ventajas”. Luego dijo: “...tal
vez no lo entiendan ahora, pero por los años de congelamiento me he vuelto un
tipo frío”. Eso fue claramente un chiste y yo, que venía algo descolocado
por lo que acababa de decir antes, no lo enganché en lo inmediato sino medio
retrasado. En ese momento creo que él me miró y fue como si yo, seguramente por
la cara que puse, le hubiera dado pie para continuar el chiste. No sé si fue
así, pero creo que sí porque instantáneamente gritó: “¡Un témpano!, o peor aún... ¡Un iceberg! ¡Soy el maldito Gélido hombre
sin futuro... ¿me entienden? —creí que se iba a parar arriba del escritorio
peró solo levanto sus brazos- ¡Soy el
puto gélido hombre sin futuro parado arriba de un puto iceberg en la Antártida
Argentina! —y largó una carcajada estruendosa. Yo diría de ese momento lo que decimos en el barrio: este chabón
está loco para la bosta. Chapa, mal. ¡Si lo hubieran escuchado o visto! No daba
risa. Era como una especie de desencadenamiento psicótico. Yo se lo dije a
Reyes, mucho tiempo después, eso fue un brote… y él me respondió “puede ser,
puede ser”. ¿Cómo me va a decir “puede ser”? ¡Gritaba, era un desquiciado! Yo
lo miraba y al mismo tiempo me preguntaba qué carajo hacía yo ahí y además no
entendía hacia dónde iba con toda esta cuestión del frío, el congelamiento, la
frialdad y toda esa perogrullada. Luego dijo, lo tengo aquí anotado: “...entiendo que esto pueda ser risible,
sobre todo para aquellos que no entienden ni una mierda de lo que estoy
diciendo pero les puedo asegurar, les puedo jurar por mi santa madre que —ahí
levantó su dedo índice y volvió a abrir sus grandes ojos- …la soledad en la que yo vivo, es literalmente desmoralizante -y
agregó: solo quería decir estas cosas de
modo preliminar, antes de iniciar lo que tengo para decir ante ustedes, en fin,
para nombrar que... “esto” es más o menos lo que soy yo”. ¡Caramba, ni
siquiera había empezado!
III
Quiero decir que yo
soy una persona paciente, he escuchado a Reyes durante muchas noches, mucho
tiempo, y muchas veces, no le entendí una sola palabra de lo que decía. Pero
también muchas veces me dijo cosas importantes para mi vida que comprendí mucho
tiempo después.
En esta
conferencia, a partir de ahí todo fue un embrollo, en el discurso de Reyes
literalmente no se entiende una mierda. Esa es la pura y santa verdad. No se
trata de que algunos de ustedes puedan ser más o menos inteligentes, que capten
mejor o peor lo que quiere decir Reyes. Muchas cosas son boludeces,
directamente, para que ustedes o nosotros en aquel momento, se pierdan en la
niebla de la nada misma. ¿Tiene algún sentido eso?
Si él estuviera acá
diría que soy un pelotudo. Ya lo sé. Como sea, yo mismo no entendí una mierda
en aquel momento y tampoco entiendo mucho ahora. Iba desplegando contenidos
cada vez más crípticos. Sin embargo, hay algo que me hace pensar que no era así
y que tampoco es así ahora, porque cabía la posibilidad de que fuera una
especie de clave, por así decir, de cosas que no podían ser dichas de otro
modo, por el contexto histórico, cultural, universitario, qué se yo, cosas
dichas en un código particular. Eso sí, la idea de que se tratara de una
sartenada de boludeces, no me abandonaba. Él estudió a Xul Solar, estuvo años
con esa mierda que nunca me quiso contar. Lo real, lo verdadero, en fin. Lo que
yo veo, claramente, es que ese día nadie entendió nada, ni una sola palabra de
lo que Reyes quería significar. Y tengo la suave sospecha de que ahora tampoco
nadie entiende nada.
Todos sabían que el
que hablaba era Reyes hablando como si
fuera un tal “Gélido”, es decir, jugaba a hacer una personificación, una
representación que poco a poco Reyes comenzó a llevar al extremo. El que
hablaba era Gélido, o sea Gélido hablando como Gélido. ¿Se entiende? El
personaje fue cobrando relevancia en su discurso, por así decir, a medida que
avanzaba. De hecho, llegado este punto viscoso de su discurso, se refería a sí
mismo como Gélido, directamente. Yo no sé si fue una operación escenográfica
pero lo que ocurrió fue una especie de despersonalización y posterior
reencarnación en vivo de un ente en otro ente: Reyes era Gélido, literal. Se
convirtió, así de simple. Eso fue lo que ocurrió aquel día: nos llevó a todos a
que escuchemos a ese tal Gélido. llevó adelante una operación,
intencionalmente. No sé si me entienden, señores del campo psi. No es por nada,
pero en la carta que anticipaba este manuscrito Reyes me dice: “en un gobierno, esto pasa todo el tiempo, no
es nada nuevo, olvidate”.
Y también siento
que hoy ocurre más o menos lo mismo, fíjense: Reyes, el desacreditado, el
exiliado, el desquiciado me entrega a mi un manuscrito que en realidad yo
escribí -me devuelve, sería- con una carta, mediante los cuales me pide a mí,
su triste editor -porque si fuera su biógrafo, todavía-, que vuelva a presentar
su propio discurso, discurso cuyo único registro son las notas que yo tomé, 20
años atrás- ¿con qué objetivo? Hay algo de repetición en todo esto. O mejor
dicho de espiral, porque el hecho de cambiar los personajes, vuelve a la cosa
distinta, ¿se entiende? O sea, se repite pero no con los mismos personajes.
Continúo. La rosca de Reyes es eterna: “...el acto de hablar y, en lo particular, hablar de lo que yo hablo, siendo yo quien soy, puede que signifique algo, pero ¿algo para quién? Y bueno, ´algo para alguien´ pero también mi palabra puede ser solo un avioncito de papel que circula por este auditorio durante un breve lapso de tiempo para estamparse contra el piso”. Luego dice cosas, comienza a complejizar su serie de personificaciones, por así decir: “... hablar desde donde yo hablo es algo que no pueden hacer los que no están congelados como yo. Les pido por favor que piensen en lo que les digo, lo deben entender como tal. Y además, un esfuerzo más, les pido que sostengan, aunque sea ficticiamente, la hipótesis de que yo, bueno, no estoy loco”.
Acá Reyes presenta su cosmovisión, su universo privado. Lo que este editor va a interpretar de eso es que hay en Reyes al menos dos mundos: “el mundo de los congelados” y “el mundo de los no congelados” y con futuro. Retengamos esto.
Sigue
el texto: “...así las cosas, tienen
futuro los que no están congelados, pero el problema es que ellos están
“metidos hasta el cogote en el barro”. (...) “...es el mundo de los hombres
metidos hasta el cogote en un barro que no se puede entender”.
Voy
a leer un poco más, para luego retroceder, si quieren. “¿Y quién es este “hombre”? (se refiere al) “hombre metido hasta el
cogote en un barro que no puede entender)” …y
bueno, se trata de un hombre que no puede hablar desde donde yo hablo porque
ellos están enterrados hasta el cogote en el barro y yo no, yo ya no. O sea, no
pueden hablar prácticamente de nada, solo de lo que está en el piso, o cerca
del piso, o al ras de él. Sólo pueden hablar de lo que repta, o peor, de lo que
“ven” que repta o les cuentan que repta, que se arrastra, A veces a ellos les
parece hasta divertido, el cuento, toda la historia. No se dan cuenta que es
una desgracia que es para ellos, no para mí. Ellos esperan algún día salir del
barro y poder hablar de cosas, porque piensan en el futuro, viven pensando en el
futuro, viven pensando en cuando salgan del barro y el tema es que nunca salen
del barro. Y es que no es tan fácil salir del barro cuando se está metido hasta
el cogote”.
Insisto, en ese
momento pensé que Reyes deliraba y que iba a tener que ayudarlo en otro
sentido, quiero decir, no publicando sus libros sino, intentar, no sé… su salud
mental. Consideré la posibilidad de retirarme del lugar. Pero no lo hice, algo
me detuvo. Y, además, ahora pienso que hice bien, porque también intuía que
Reyes estaba haciendo algo con su discurso, algo así como que: ...no se puede
salir de un lugar cerrado, salvo que se utilicen las palabras adecuadas y las
herramientas justas. Era una de esas claves, un lenguaje en clave... una clave
privada, solo para algunos que iban a entender, según él. Yo no estaba tan
seguro de eso, porque yo estaba en las gradas, y creo que nadie entendía un
carajo. No me fuí.
Cuando Gélido
terminó de decir “cogote”, había quedado de espaldas al público y entonces se
quedó callado un momento -que pareció una eternidad. Yo en ese momento no pude
pensar, lo que pienso ahora. Esa pausa, aún la recuerdo, recién la puedo
interpretar ahora y significa, eso... “no se puede salir de un laberinto, vamos
a decir acá, salvo que se utilicen el camino correcto”. Era una lengua privada,
como en la guerra. Y en ese momento, había una guerra.
Luego se dio vuelta bruscamente y dijo: “De mi parte, no esperen un discurso cálido”. Entonces todos comenzamos a reírnos, incontrolablemente, todo el auditorio se reía. Y ese también es uno de los motivos por los que yo también estoy acá: porque creo que Gélido no estaba loco. Es una cuestión reivindicatoria lo mío.
No lo está, se los aseguro.
Hago un paréntesis
para contar que cuando corregimos los libros, porque es un trabajo que hacemos
juntos. a veces él suele decirme cosas, como por ejemplo, “hay dos clases de
tipos: los locos y los pelotudos, por eso siempre hay que preguntar ¿vos sos
loco o sos pelotudo? Bueno, pero no te olvides nunca que siempre hay uno que se
hace el loco o se hace el pelotudo”. En fin.
Sepan ustedes, que
yo soy editor de libros, un oficio que no se estudia en la universidad, aunque
quizás debería. Sabrá Dios qué hacía ese día yo en el auditorio ese, queda esa
historia para otro día.
Les pido que tengan
paciencia si lo que digo es medio salvaje. No sean prejuiciosos. Lo que yo
digo, no lo vean con sus miopías. Yo intentaré sofrenar las mías: créanme, esto
lo digo como editor viejo, cuando un “Paper” llega a la “University Press”, a
los popes de la ciencia, lo agarra un gordo lleno de grasa que come en
McDonalds y dice “si” o “no” a su publicación, así que no jodamos, todo es una
farsa. Ciertos científicos ganaron lugar en esos lobbies y entonces publican y
ganan en dólares. Pero, ¿quién los lee? La ciencia -no así la verdad- se define
en un lugar mugroso. Lo dejo ahí, solo permítanme decir que Reyes también sabe
esto, y si está loco, pues no lo está menos que los chicos de la “University
Press”, Random House y toda la mara en coche, y esto sí lo digo como editor
porque este sí es mi campo. Son lobbistas Sigamos solo un poco más.
No entraremos en lo
que decía Reyes hace 20 años, a saber, ¿qué significa estar congelado? Piensen
en Sartre, Heidegger, Borges. La idea del hombre quieto, la foto ha quedado ahí
en la que tenemos siempre la misma edad… el eterno presente.
Miren
lo que dice después: “...un recuerdo
tiende a distorsionar la realidad, a tal punto de no saber hasta dónde se trata
de un recuerdo y hasta donde de un delirio. Eso pasa porque la realidad es lo
más disparatado que hay. El “delitio”,
bueno, a veces tiene sentido. ¡Me caigo y me levanto! Lo que pasa conmigo es
que lo valiente me ha quitado lo cortés —pausa- igual nada me impide que yo
hable. Pero no se confundan, yo estoy profundamente agradecido de un infinito
repertorio de experiencias que he tenido. Lo que no les perdono es que me hayan
quitado el futuro. el futuro es lo que ustedes no pueden pensar”.
Reyes no estaba
agradecido de una mierda, siempre puteaba contra el condenado sistema y el condenado
espacio que habitaba dentro del mismo, decía que no le debía nada a nadie pero
que sí le debían a él. Y si le pregunto hoy, me va a responder que todavía le
deben. Lo que ha vivido ¿Qué es eso? de algún modo, ha rozado el delirio. O
mejor dicho el “delitio”... este neologismo, “delirio” y “delito” juntos,
bueno, que no es para nada casual. No es un error. O sea, lo que le deben… ¡es
la salud! La salud mental. Y eso no se paga ni con dinero ni con tiempo, el
daño ya está hecho.
Hay algo delirante
y enfermante en el trabajo con una ley quebrada, ¿no? La ley está enferma. El
reverso de la moneda de la ley es justamente eso: delitio. Se refiere
probablemente a un camino inverso: si lo cortés no quita lo valiente, a Reyes
lo valiente le ha quitado lo cortés.
Leo:
“¿Por qué será que me siento así? Bueno,
en mi caso creo que todo comenzó hace muchos años, con este tema: sentido de la
autoridad. ¿puede uno enfermarse de eso? No. O sea, es una pérdida, que no es
mía. sino de todos. Algo se dispersó de manera tal hasta que… casi vi
desaparecer a mi hermano, mi semejante. No creo que nadie entienda eso.
Cuerpos, no. “Organismos” porque el cuerpo es un organismo hablado, las
personas se volvieron zombies. Hubiera preferido una animalización. El humano
es cientos de veces más cruel que el más feroz de los depredadores, la peor de
las fieras porque cuerea a cualquiera. Y nunca escuché hablar en serio de su
culpa por eso. Yo creo que ese fue el principal motivo por el cual me
congelaron y me quitaron el futuro. Tal vez vieron eso en mi”.
Y
sigue:
“Bueno, el sentido de la
autoridad es algo bien difícil de pensar. La “autoridad” (por Dios ¡¿qué es
eso?!). Ellos te hacen cumplir el castigo, esa es su labor. Por eso ellos
tienen ese barretin persecutor y castigador y ahí fundan, tal vez, la
autoridad. Pero una autoridad fundada en el miedo a ser castigado no es una
autoridad, es una verdadera mierda, es la peor mierda del mundo, y yo no quiero
ser parte de eso. Es un régimen decadente que no tiene fondo”.
Este manuscrito, en fin, yo estoy
completamente seguro de que no le prestarían la menor atención si no fuera por
este deseo muy palpable que lo habitaba a Reyes: el deseo de que exista una
autoridad que pacifique al otro y a uno mismo. La idea de autoridad está entrampada,
esta velada tras el rostro perverso de los sistemas. Iré un poco más rápido.
IV
Gélido se levantó
en ese momento de su escritorio y escribió en la pizarra:
“Hay un primer momento, que llamaremos “X”, o
sea una incógnita, el momento en que un rayo de sol toca el suelo, se produce
una magia celestial que no tiene comparación en el mundo, un fenómeno, si les
gusta decirlo así, señores de la ciencia: es la tierra fértil. Pasado cierto
tiempo, el momento dos. Ocurre el milagro, otro “fenómeno”, crece una hoja
tímida y valiente, que asoma desde abajo de las entrañas de la madre tierra.
¡Vida! Y ustedes replican ¡¿Qué mierda significa esta payasada, somos
profesionales del fuero penal?! No lo entenderán. Sentirán que pierden el
tiempo siguen escuchando. ¡Váyanse! De repente. el filo de una espada corta el
rayo del sol por una milésima de segundo. es el tercer momento: el brillo del
mal, por el que muchos de ustedes se obnubilan sin saberlo. Se siente el
silbido de la muerte al cortar el aire que ya duele. Cuarto momento: Las botas
inmundas ¿qué importa qué si son mocasines o no? Pisan la piel de la tierra
milagrosa que vió nacer a la hoja, que llora porque ahora sería flor, la
hunden, la hieren de muerte. El rayo reparador, porque el cielo no se cansa, es
el quinto momento, toca el suelo nuevamente, lo acaricia, pero ya no es posible
la fotosíntesis, no está esa palma verde abierta al sol, porque quedó sepultada
en el fango hediondo de la maldad, aplastada por un barro que nadie puede
entender. Pronto se secará y será duro como una piedra. Es la muerte. Sexto
momento: el rayo de sol secó el barro, resquebrajó la tierra y en las
caprichosas grietas que se formaron, una raíz, o sea, el ancestro vívo que
lleva la marca de la historia y de lo que estuvo vivo en ese lugar, quiere
absorber la luz del sol y luchando y luchando, lo logra. último momento:
nuevamente la espada. Y entonces ya no quedará nada. Es el momento en el que
llegamos nosotros, queridos amigos, o al menos los que quedamos. Es ima
resurrección imposible. Y fue una guerra antigua de la que ni siquiera fuimos
parte. sin embargo, el sol siguió dando, la tierra siguió hiriéndose en forma
de grietas y lo único que se ha formado en el suelo de la madre tierra,
nuevamente, es esa X originaria”.
Su conferencia terminó ahí. O casi, porque se dió vuelta intempestivamente y dijo: “...si ustedes piensan que deliro, pues váyanse al carajo”
No hubo aplausos.
Yo me apuré a bajar
por las gradas para entregarle a Reyes mis notas, mi cuaderno, para que algún
día hiciera él un libro, o sea que editara su conferencia, para que esto no se
perdiera, que no muriera… mi pequeña hoja, si es que yo había entendido algo de
su discurso. Yo deseaba que esto volviera bajo la forma de un libro… bajo la
forma de un libro, si. Me chocaba entre las gentes mientras bajaba y bajaba por
las gradas casi cayendo sobre la gente. Era una catarata de gente. No logré
alcanzarlo dentro del auditorio, pero seguí haciendo fuerza entre la gente,
como si en uno de esos momentos que él acababa de nombrar… Cuando cruzó la
puerta de salida de las Baterías D logré verlo. Se movía con mucha velocidad,
se ve que quería irse, sin más. Yo seguía sin alcanzarlo. Claramente quería
desaparecer. ¿Por qué? Yo había llenado todo un cuaderno con notas sobre su
conferencia, lo llevaba en alto mientras gritaba… “¡Gélido!”, ¡por favor!
Es curioso que sea
este mismo cuaderno que tengo acá y que todo eso haya ocurrido acá mismo, a la
salida de este auditorio tan bonito en el que nunca hubiera soñado estar un
triste editor de libros.
Finalmente lo
alcancé, si, justo que se subiese a su Citroen y hasta ahí lo había seguido la
gente. Le dije, agitado: “esto es para que algún día, si quiere, pueda editar
un libro con su conferencia…” Llegué realmente sin aire y casi caigo de bruces
delante de él o sobre él. Tomó el cuaderno, me miró a los ojos y me dijo: “Siempre es un volver a empezar”.
Tomó el cuaderno,
lo tiró en el asiento trasero del auto y volvió a mirarme como quien intenta
recordar un rostro, por si algún día, en el futuro, no sé, algo. Lo tomé,
quizás equivocadamente, como un gesto de gratitud.
Y ahora yo les digo gracias a ustedes, es todo lo que tengo que hacer acá. Adiós.
Tampoco hubo aplausos.
Comentarios
Publicar un comentario